La duradera lección de Ada: Ciencia Poética

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Como Ada Lovelace señalaba, en nuestra simbiosis con las máquinas los humanos hemos aportado un elemento crucial a la asociación: la creatividad. La historia de la era digital -de Bush a Licklider, Engelbart a Jobs, de SAGE a Google, Wikipedia o Watson- ha venido a reforzar esta idea. Y en la medida en que sigamos siendo una especie creativa, eso probablemente seguirá siendo cierto. “Las máquinas seguirán siendo racionales y analíticas -sostiene John Kelly, director de investigación de IBM-. Las personas aportarán juicio, intuición, empatía, una brújula moral y creatividad humana”.

Nosotros, los humanos, podemos seguir siendo relevantes en una era informática cognitiva porque somos capaces de pensar de manera distinta, algo que un algoritmo, casi por definición, no puede lograr. Poseemos una imaginación que, como decía Ada, “aúna las cosas, hechos, ideas, concepciones en combinaciones nuevas, originales, infinitas, en constante variación”. Discernimos patrones y apreciamos su belleza. Entretejemos información en narrativas. Somos animales narradores de historias, además de sociales.

La creatividad humana implica valores, intenciones, juicios estéticos, emociones, conciencia personal y una concepción moral. Eso es lo que las artes y las humanidades nos enseñan, y de ahí que esos ámbitos constituyan una parte de la educación tan valiosa como la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Si nosotros, los mortales, hemos de mantener nuestra nuestra parte de la simbiosis humano-ordenador, si pretendemos conservar el papel de socios creativos de nuestras máquinas, debemos seguir alimentando las fuentes de nuestra imaginación, originalidad y humanidad. Eso es lo que aportamos a la fiesta.

En sus lanzamientos de productos, Steve Jobs solía concluir con una diapositiva, proyectada sobre Steve Jobs Arte y Tecnologíauna pantalla situada tras de él, en la que aparecían dos rótulos de calles mostrando las intersección entre Artes liberales y Tecnologías. En la última de tales apariciones, organizada en el 2011 para lanzar el iPad 2, se detuvo delante de aquella imagen y afirmó: “Está en el ADN de Apple que la tecnología sola no basta; que es la tecnología casada con las artes liberales, casada con las humanidades, la que arroja el resultado que nos alegra el corazón”. Eso es lo que hizo él, el innovador tecnológica más creativo de nuestra era.

Sin embargo, también lo opuesto de este panegírico de las humanidades es cierto. Las personas a quienes les gustan las artes y las humanidades deberían esforzarse en apreciar la belleza de las matemáticas y la física, tal como lo hizo Ada. De lo contrario seguirán siendo meros espectadores en la intersección entre las artes y las ciencias, que es donde se producirá la mayor parte de la creatividad de la era digital. Cederán el control de ese territorio a los ingenieros.

Muchas personas que ensalzan las artes y las humanidades, que aplauden vigorosamente los tributos a su importancia en nuestras escuelas, afirman sin el menor embarazo (y a veces hasta bromeando) que no entienden de matemáticas o de física. Alaban las virtudes de aprender latín, pero no tienen la menor idea de cómo escribir un algoritmo o distinguir BASIC del C++, o el Python del Pascal. Consideran que quienes no distinguen Hamlet de Macbeth son unos ignorantes, mientras que podrían admitir alegremente que ignoran la diferencia entre un gen y un cromosoma, o entre un transistor y un condensador, o entre una integral y una ecuación diferencial. Puede que estos conceptos parezcan difíciles, es cierto. Pero también Hamlet lo es Y, como Hamlet, todos y cada uno de esos conceptos son hermosos. Como una elegante ecuación matemática, son expresiones del esplendor del universo.

C.P. Show tenía razón acerca de la necesidad de respetar “las dos culturas”, la ciencia y las humanidades. Pero hoy es aún más importante entender que ambas se entrecruzan. Quienes contribuyeron a liderar la revolución tecnológica fueron personas en la tradición de Ada, capaces de combinar ciencias y humanidades. De su padre (el poeta Lord Byron) heredó una vena poética y de su madre una matemática, y eso le inculcó el amor a lo que ella llamaba “ciencia poética”. Su padre defendió a los luditas que rompían los telares mecánicos, pero a Ada le gustaba el modo en que las tarjetas perforadoras daba instrucciones a dichos telares para tejer hermosos patrones, e imaginó cómo esa maravillosa combinación de arte y tecnología podría manifestarse en los ordenadores.

La próxima fase de la revolución digital traerá una auténtica fusión de la tecnología con las industrias creativas, como los medios de comunicación, la moda, la música, el espectáculo, la educación, la literatura y el arte. Hasta ahora, una gran parte de la innovación ha implicado verter vino viejo -libros, periódicos, artículos de opinión, revistas, canciones, programas de televisión, películas- en nuevos recipientes digitales. Pero a la larga la interacción entre la tecnología y las artes se traducirá en formas de expresión y formatos mediáticos completamente nuevos.

Esta innovación provendrá de personas que sean capaces de unir la belleza a la ingeniería, la humanidad a la tecnología y la poesía a los procesadores. En otras palabras, provendrá de los herederos espirituales de Ada Lovelace, creadores capaces de florecer allí donde las artes se entrecruzan con las ciencias y dotados de una rebelde capacidad de asombro que les abra a la belleza de ambas.

Los-Innovadores  Walter Isaacson – Los Innovadores

 


 

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